El pensamiento fue este: toda mi vida había sido lúgubre y había trascurrido en las profundidades, pero yo no formaba parte de aquellas oscuras aguas; era una criatura inmersa en ellas.

Madeline Miller se leyó la Odisea a los 13 años, entusiasmada por la idea del personaje de Circe, hija de Helios, dios del Sol, y la oceánide Perseis. Circe, desterrada por su padre a la isla de Eea, era una hechicera que, en La Odisea, transformaba a los tripulantes que desembarcaban en su isla en cerdos, para evitar que abusaran de ella.

La decepción de esa Madeline de 13 años al terminar de leer La Odisea fue enorme al darse cuenta de que Circe no era más que una escena en la historia de Ulises, un breve cameo. Años después, con una carrera como filóloga clásica y habiendo trabajado de forma académica con estos personajes, le ofrecen dirigir una obra de teatro, Troilo y Crésida de Shakespeare. Es aquí cuando Miller, al dirigir a los actores y actrices, al dar su opinión como filóloga clásica de cómo se expresaría Aquiles o de cómo gesticularía Helena, se da cuenta de que ella también tiene una opinión y una versión propia de los personajes y de su voz. Para la autora es importante recontar y revisitar estas historias ya que hubo muchas voces silenciadas en las historias originales, especialmente las mujeres y los esclavos.

Su versión de Circe es la historia de la vida de una mujer en una sociedad que es muy hostil hacia su poder y de una mujer que quiere descubrirse a sí misma. Por suerte, esta autora se ha dado permiso para reescribir los mitos de Circe y darle el protagonismo que a ella le hubiera gustado encontrarse en La Odisea, siendo ahora Ulises el cameo en la historia de la vida de Circe.

Tardó diez años en total en escribir la novela y cinco años en «encontrar» la voz de Circe, y durante esta búsqueda se dio cuenta de que Circe necesitaba una voz «épica», que tratara temas como la guerra, la venganza y el legado. Es un tono que normalmente se le ajudica a personajes masculinos y que se le niega a los personajes femeninos en la mitología griega, como es el caso de Penélope en La Odisea, por ejemplo, cuyo papel es servir a Ulises como esposa. Otro matiz que le pareció importante que tuviera su voz es el de la inmortalidad. Aunque fue desterrada por Helios a la isla de Eea, Circe se crió entre dioses inmortales.

Para mí Circe ha sido una historia sobre darse permiso. Dice Madeline Miller que durante los diez años que estuvo escribiendo la novela pensaba que Homero iba a descender de los cielos y a clavarle una estaca por estar arruinando su historia. Evidentemente, Homero nunca descendió de los cielos. Madeline Miller me inspira a darme permiso a recontar las historias que yo quiera recontar, a atreverme a mirar a personajes desde otra perspectiva, a no tener miedo a no ser original o a estar siendo una farsa por hablar de otros autores, de otras ideas, de remezclarlas y hacerlas mías.

Aquí algunos de mis pasajes y citas favoritas. No hay spoilers, pero si te apetece leerla y no quieres leer pasajes sueltos, quizás vuelve cuando te hayas terminado el libro.

La observé bailar, con los brazos curvados como alas, con sus piernas robustas y jóvenes enamoradas de su propio movimiento. «Así es como los mortales obtienen fama», pensé; mediante la práctica y la diligencia, cuidando sus talentos como si fueran jardines, con la esperanza de verlos resplandecer bajo el sol. Los dioses, en cambio, nacen del icor y el néctar, con su excelencia brotándoles ya de la punta de los dedos. Por ello obtienen su fama demostrando hasta dónde llega su capacidad de destrucción: destrozando ciudades, iniciando guerras, provocando pestes y criando monstruos. Todo ese humo y ese aroma que con tanta delicadeza se elevan desde nuestros altares, de los que solo queda ceniza.

«Hagas lo que hagas —quise decirle—, no te muestres demasiado feliz. Hará que el fuego descienda sobre tu cabeza.»

Cada noche salía a buscar mis hierbas y raíces. Realizaba todos los conjuros que me venían a la cabeza, solo por el mero placer de entretejerlos en mis manos.

Había vivido unas cien generaciones, pero aún era como una cría para mí misma. Cólera y pena, deseos frustrados, codicia, autocompasión: estas son la clase de emociones que los dioses conocen a la perfección; pero la culpa y la vergüenza, el remordimiento, la indecisión nos resultan territorios ignotos que hay que recorrer sendero a sendero.

Puse el cuenco de oro en el suelo y agarré el gran cuchillo de bronce. No tenía altar, pero tampoco lo necesitaba: mi templo era cualquier lugar en el que me encontrara.

Recordé lo que Hermes me había dicho tiempo atrás. Tu voz suena mortal. No te van a temer como nos temen al resto. Y, efectivamente, no lo hacían. De hecho, pensaban que era como ellos. Me detuve un momento, encantada con esa idea. ¿Cómo sería mi yo mortal? ¿Una emprendedora herborista? ¿Una viuda independiente? No, una viuda no, no quería historias tristes. Quizá una sacerdotisa, pero no de un dios.

Su mortalidad siempre acompañaba, constante como el latido de un segundo corazón.

Toda mi vida había temido que un gran horror me invadiera. Ya no iba a tener que esperar más tiempo. Aquí estaba.

Se suele decir que las mujeres son criaturas delicadas, como flores, huevos, cualquier cosa que pueda quebrarse con un descuido momentáneo. Si alguna vez lo creí, dejé de creerlo.

—Así son las cosas. Las arreglas, se tuercen y las vuelves a arreglar.

—Eres de carácter paciente.

—Mi padre lo llamaba sosería. Esquilar, limpiar la chimenea o sacarle el hueso a las aceitunas eran cosas que le interesaba aprender por curiosidad, pero luego no quería tener que hacerlas.

Era cierto. Las tareas favoritas de Odiseo eran aquellas que solo había que hacer una vez: saquear una ciudad, derrotar a un monstruo, encontrar la manera de entrar en una ciudad impenetrable.

Arriba, las constelaciones descienden y rotan. Mi divinidad brilla en mí como los últimos rayos del sol antes de hundirse en el mar. Antes pensaba que los dioses son lo opuesto a la muerte, pero ya veo que están más muertos que nada, pues son inmutables y no pueden tomar nada en sus manos. Toda mi vida he estado moviéndome hacia delante, y ahora estoy aquí. Tengo voz de mortal, déjame tener el resto. Me llevo la crátera rebosante a los labios y bebo.

Él no quiere decir que no duela. No quiere decir que no estemos asustados. Es solo que estamos aquí. Esto es lo que significa nadar con la marea, pasear por la tierra y sentir su tacto en los pies. Esto es lo que significa estar viva.

Pasé junto a un peral cargado de flores blancas. Un pez chapoteó en el río iluminado por la luna. Con cada paso que daba me sentía más ligera. Una emoción preñaba mi garganta. Tardé un momento en reconocer qué era. Llevaba mucho tiempo siendo vieja y severa, esculpida por remordimientos y años, como un monolito. Pero eso era solo una forma que se me había dado. No tenía que conservarla.

Alianza ha publicado Circe en español, traducida por Celia Recarey Rendo y Jorge Cano Cuenca.

La foto de esta entrada está hecha por mi amigo Martin. Aquí podéis ver su trabajo, es una maravilla y a partir de ahora usaré más fotos suyas ❤ gracias Martin.

Escrito por:Guía Carmona

2 comentarios en “Recontar historias es necesario

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