La foto de esta entrada está hecha por mi amigo Martin. Aquí podéis ver su trabajo, es una maravilla y podéis usarlo bajo licencia Creative Commons ♥ gracias Martin.

A veces sorprende cómo hablamos de nuestro paso por este planeta. Hablamos de «ser invitados», de «estar de paso»; de cuidar el planeta porque tenemos que dejarlo en buen estado para las siguientes generaciones; de que «el verdadero virus» para la Tierra somos nosotros; de que los humanos somos una plaga. Este uso del vocabulario supone que a menudo nos veamos ajenos y que no nos dé por pensar que, en realidad, somos parte del planeta. Sería interesante ver el cambio de perspectiva que supondría hablar de el planeta que «somos» y no del planeta que «habitamos», como dice la activista colombiana Mariana Matija.

Mariana impartió el año pasado para su comunidad de Patreon, de la que formo parte, el que ha sido mi taller online favorito de todos los tiempos: Cuidar el planeta que somos. Aquí os cuento algunas ideas de la segunda sesión: Hablar el idioma del planeta. Tengo estas notas guardadas en favoritos en mi espacio de trabajo de Notion y vuelvo a ellas con asiduidad. Son un verdadero tesoro.

Nos encontramos en una confusión idiomática profunda con «la lengua del planeta». Las confusiones que emanan de situaciones idiomáticas en las que no nos entendemos con otros son frustrantes, difíciles, producen cansancio y agotamiento emocional. Hay varias partes del lenguaje del planeta que no estamos hablando.

Un ejemplo de este malentendido en cuanto al idioma que no estamos compartiendo con el planeta es el de los límites. Nos encontramos en un momento en el que el crecimiento ilimitado parece darse por sentado. Otro ejemplo es la interdependencia, la cual consiste en que cada entidad depende de todo lo demás que existe en el planeta. Nos resistimos profundamente a hablar en estos términos y, además, nuestro lenguaje está basado en la lógica de lo binario, ya que no nos suele atraer explorar aquello que trae ambigüedad, contradicción o incoherencia. Tampoco estamos en paz con los terrenos intermedios, todo lo que no es definible dentro de una lógica binaria, buscando la uniformidad, la rigidez y la predictibilidad.

La vida surge entre las partes y el todo. En el sistema actual estamos forzando un lenguaje que se nos ha impuesto a través del sistema educativo, de nuestro modelo económico, del sistema alimentario y de la manera que tenemos de comunicarnos. El lenguaje es un elemento de poder (colonización) y el hecho de imponernos un lenguaje que no se corresponde con el que necesita la Tierra que hablemos, porque somos parte de ella y no solo visitantes de paso, hace que perdamos acceso a «nuestra lengua materna». Según Mariana, necesitamos recuperar nuestra lengua y aplicarla al planeta, y por lo tanto, también a nosotros mismos.

Esto pasa por reconocer que vivimos en un proceso, imperfecto, que no está en el nada ni en el todo. Vivimos en un espacio de tensión que está en constante cambio y adaptación.

La guerra del crecimiento infinito vs reivindicar el proceso

La filósofa Corine Pelluchon habla en su Manifiesto animalista (2018) de que nuestra relación con los animales no humanos es el reflejo de la relación que tenemos con nosotros mismos. Según Pelluchon, estamos en guerra con nosotros mismos porque no llegamos a comprender nuestra condición de finitud y vulnerabilidad. Aceptar nuestra condición supondría reconciliarnos con nosotros mismos, y para que nuestra relación con los animales no humanos cambie necesitamos aceptar nuestra corporeidad, la necesidad  que tenemos de alimentos, agua, aire y espacio; y de nuestra vulnerabilidad, el dolor, el cansancio y la mortalidad. 

«Es importante saber qué es lo que está en juego en nuestra relación con los animales para entender por qué hemos llegado a tales extremos y llevar a término la transición hacia otro modelo de desarrollo, que será la oportunidad para nuestra regeneración social, política y espiritual. También es preciso articular todos los factores antropológicos, económicos y políticos que explican la resistencia de un sistema basado en la explotación sin límites de los otros seres vivos y en la dominación de los humanos que contribuyen a mantener sus consecuencias, a pesar de que ellos también las pagan»

Corine Pelluchon, Manifiesto Animalista, editado por Reservoir Books, 2018.

La ganadería industrial y otras formas de explotación animal, como las fábricas peleteras, se basan en un modelo de crecimiento infinito y de producción de alto nivel que no es sostenible para el planeta, ni para los animales humanos y no humanos. Un sistema basado en el crecimiento infinito requiere de consumo constante, implica explotación constante. Además, es lineal: no considera la reintegración.

Este sistema no atiende a las necesidades de los animales humanos y de los no humanos. Ambos somos animales que se cansan, que sienten dolor, que al entrar en este bucle pierden el contacto con esta vulnerabilidad de la que hablaba Pelluchon.

La meta no es dejar de consumir, dejar de conducir, dejar de pensar nuestras relaciones con animales no humanos y con el planeta que somos. No podemos aislarnos del sistema y pretender no generar interferencias en los ecosistemas de los que formamos parte, ya que como animales que somos, generaremos interferencias como las genera cualquier otro animal o ser. 

Este proceso pasa por decrecer y dejar de ignorar nuestro tamaño y nuestros propios límites. Pararnos a pensar lo que realmente necesitamos, ser conscientes de nuestra vulnerabilidad de la de otros animales no humanos. Debemos reivindicar un proceso de cambio imperfecto en el que quepa nuestro bienestar, formado por vidas que valgan la pena y la alegría de ser vividas, para así poder cerrar la herida que la guerra contra otros animales nos ha abierto, una herida que, en cuanto damos cuenta de ella, como dice Corine Pelluchon, no hay vuelta atrás.

Escrito por:Guía Carmona

2 comentarios en “No somos una plaga

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