La eficacia y la productividad me han dado vergüenza desde pequeña. Ser ordenada, hacer las cosas rápido y bien, tenerlo todo bajo control y empezar a estudiar antes del día antes del examen me han parecido esfuerzos poco creativos, muy repensados, en los que no debería caer. Mi padre es pintor y, aunque sea un pintor bastante ordenado cuando se pone, puede que indirectamente yo me haya montado mi película de que la creatividad nace del caos. Es un tipo de autosabotaje que se refuerza ahora con no querer pertenecer a la moda de hablar de productividad de forma vacía y frívola.

Sin embargo, para «sobrevivir» en contextos sociales (compartir piso) y educativos (universidad, conservatorio, trabajo) y quizás por afinidad personal, me he ocupado de investigar (que no siempre es igual a poner en práctica) habilidades que se pueden considerar «meta» como lo es, por ejemplo, tomar notas. Dentro de esta categoría se engloban también la gestión del tiempo, del dinero, el orden… Aunque me interesan mucho estas habilidades «meta» y me gusta prestarles atención y reflexionar sobre ellas, no puedo dejar de lado la preocupación que comparto en esta entrada: «que tras la productividad se esconda la forma más segura de adormecernos en un trance de pasividad que nos mantiene ocupados, la mayor distracción ante la vida, la cual nos paraliza mientras vamos surcando los días, atendiendo nuestras obligaciones pero estando ausentes: confundiendo el hacer con el ser».

Es esto lo que me daba tanta vergüenza, poder caer en la rueda de reflexionar sobre el cómo producir, hacer, organizar, escribrir, crear más y más rápido para optimizar —vete a saber el qué— y asegurarme de que he entendido que el plan hay que seguirlo, que hay que ser constante, da igual lo que esté pasando ahora mismo.

El filósofo François Jullien consigue arrojar luz sobre mis preocupaciones y vergüenza productiva en su libro Conferencia sobre la eficacia (traducido por Hilda García, editado por katz) en el que trata el concepto de la eficacia desde la comparación entre occidente y el pensamiento chino. Jullien, que viene de la escuela de pensamiento griega (como casi todos los que leen este blog, supongo), decide irse a China para tomar distancia y poner en perspectiva nuestro pensamiento europeo. Lo llama «iluminar sesgadamente a partir de la exterioridad china» dándonos la oportunidad de interrogar lo que no estamos en condiciones de interrogar «puesto que existe lo que pienso, pero también eso a partir de lo cual pienso y que, por ese motivo, no pienso».

Jullien resume así la manera griega de concebir la eficacia: «para ser eficaz, construyo una forma modelo, ideal, cuyo plan trazo y a la que le adjudico un objetivo; luego comienzo a actuar de acuerdo con ese plan en función de ese objetivo. Primero hay modelización, luego esta modelización requiere su aplicación».

Por otro lado, el pensamiento chino de la eficiencia se apoya en cambio sobre el potencial de cada situación de forma indirecta y discreta, e induce «transformaciones silenciosas», la eficacia como resultado de un proceso en la que a menudo no hay una finalidad, la vía no lleva a algún sitio. Se trata de una vía por donde la cosa pasa, por donde es posible, por donde es «viable». Una no-fenomenología que debe verse como un «no hacer nada, pero que nada deje de hacerse».

Mencionaba hace un momento confundir el hacer con el ser como forma de esconderse tras la productividad, la cual no se contempla en el pensamiento chino. El Ser y el conocer, nuestra concepción del empirismo europea, radica sin embargo en China en la perspectiva y única categoría del desarrollo en curso. El proceso por sí solo es la entera realidad. Para entrar en esta realidad hace falta hacerle espacio a una actualización-desactualización, progresiva y continua.

Vuelvo a la vergüenza. Como dice Marina Garcés en Escuela de aprendices (Galaxia Gutenberg), «cuando hablamos de la vergüenza, entonces, estamos hablando de lo que somos a través de las maneras en que nos prestamos atención. Estas maneras se educan. (…) Por eso, la vergüenza, aunque sea tan íntima, es la emoción del vínculo. A través de ella se manifiestan, se transmiten, se consolidan y, a veces, se transforman las relaciones de poder y de verdad que articulan, como una telaraña invisible, nuestros vínculos».

Esta eficacia china de la que habla Jullien es un modo de (no) hacer que de entrada me da menos vergüenza. Es una invitación a, si hace falta, dejar las cosas estar. Es una invitación a abrazar el proceso y no solo el acontecimiento, atendiendo al modo silencioso de la transformación y dejando de lado el modo ruidoso de la acción, tan presente en la red y en nuestra cultura (Just Do It!).

La foto de esta entrada está hecha por mi amigo Martin. Aquí podéis ver su trabajo, es una maravilla y podéis usarlo bajo licencia Creative Commons ♥ gracias Martin.

Escrito por:Guía Carmona

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